Antes de volver por la tarde a Madrid había planeado invertir la última mañana en Praga visitando el Barrio Judío, una de las zonas que le imprimen carácter e historia a la ciudad.
La mayoría de los edificios son de finales del siglo XIX y principios del XX, honestamente nada del otro mundo, pero justo ahí emergían varias sinagogas que me propuse visitar.
Lamentablemente en la mayoría de estos lugares no se permitía hacer fotos, cosa que respeté escrupulosamente, y tuve que esperar al apasionante cementerio judío donde disfruté enormemente haciendo fotos.
Se trata de un antiguo y no muy grande cementerio en el centro de la ciudad donde, por falta de espacio, se han ido acumulando las tumbas a lo largo de los siglos y las lápidas aparecen dispuestas de una forma un tanto arbitraria, apelotonadas unas junto a otras.
La bonita luz de la mañana junto con las hojas secas del suelo las aparentemente descuidadas lápidas y mausoleos, creaban un ambiente bastante onírico, relajado, casi espiritual, donde podía respirar la historia de las tumbas bajo mis pies.
Las fotos iban apareciendo por sí solas ante mis ojos, siendo ese uno de los momentos que más disfruté, fotográficamente hablando, en este viaje.
De regreso al hotel a recoger mi maleta para dirigirme al aeropuerto, me iba invadiendo una creciente sensación de nostalgia, al a vez que me iba convenciendo de que Praga es uno de esos sitios a los que debo regresar.
En el próximo post, os comentaré mis conclusiones. (continuará)
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